No solemos darnos cuenta de la vida que nos rodea cuando estamos inmersos en nuestros quehaceres diarios. Hoy, que comienza el fin de semana, te invito a pararte y explorar lo que tienes a tu alrededor. Puedes pararte a observar y sentir a una planta, a un árbol o una flor. Están llenos de vida, respiran, se reproducen crecen, nacen y mueren, igual que nosotros. Lo mismo podemos decir de los animales que están a nuestro alrededor, desde el perro o gato al insecto más próximo. Hasta aquí, sin novedad. ¿Pero, te has planteado alguna vez que posiblemente todo lo demás, que parece inanimado y muerto, tiene vida?
Todo está vivo.
Tomemos, por ejemplo, un mueble hecho por un carpintero/ebanista. ¿Puedes sentir la energía del artesano aún presente en el mueble? ¿Y un mueble hecho en fábrica? ¿Puedes sentir lo diferente que es? Mi planteamiento es: Si lo puedes sentir, es que tiene vida. ¿Puedes sentir a una roca? ¿Puedes sentir el viento, el agua, el fuego? Dondequiera que miro, veo vida.
Si voy por la vida sin fijarme en lo que me rodea, absorto en mis pensamientos y preocupaciones, fácilmente daño sin querer a algún ser con mi caminar. Si no estoy atenta a lo que me rodea, puede que se me pase por alto que me acaban de hacer una pregunta, lanzado un piropo o que me he sentado en un hormiguero. Si no estoy atenta, me pierdo el gran regalo de la vida, dentro y fuera de mi. La tierra está poblada de miles de seres por metro cuadrado, y cada uno tiene una energía. ¡Que maravilla si me puedo dar cuenta!
Y si me puedo dar cuenta de que todo está vivo, en mi surge el agradecimiento, surge el respeto y el amor. Si fuera de mi, todo está vivo, también es así dentro de mi. Y me olvido de mis quehaceres por unos instantes, de mis pensamientos durante un rato, y solo disfruto del gran regalo VIDA. ¡Pruébalo tu también!
